Una vez dejé de pensar. Sí. Dejé atrás los ruidos para caminar libre (sin mente). Me llevó la rutina y la preocupación por todo y todos. Lo intenté. Abandoné la cacharrería porque no quería mirar tanto. Tiré lo absurdo, lo inútil y además aquellos pensamientos que se acomodaron sin ser invitados. Los ajenos. Y lo intenté, pese a la costumbre, a la educación y quizás a la religión, pues algo de culpa también tiene. Pero nunca consigo desprenderme del todo, de nada. Y sigo en ocasiones mirando los cristales ahumados con mis ojos enrojecidos.
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