Nunca es tarde para rememorar antiguas costumbre, sobre todo
cuando son impuestas, porque las circunstancias obligan y más aún, queriendo darle
el toque romántico si cabe. Es lo que me ocurre ahora con el transporte
público; la guagua. La culpa, mi querido coche. Me dijo el otro día con un humo
apestoso y delatador que algo malo funcionaba en su interior. Por eso, ahora
se encuentra en el hospital de los vehículos, en observación. Es muy mayor y se
veía venir. Aun así, tengo la esperanza de que sea un achaque leve y pronto me
acompañe en mis desplazamientos.
Y todo esto viene a consecuencia de los recuerdos que me
despertaron yendo en la guagua. Aquellos jóvenes años cuando me trasladaba a
trabajar. Como vuelan la memoria cuando la avivas. Mientras me dejo llevar
pasando ante mí las calles, los edificios y sin que me preocupe de cruces y semáforos. Parece
incluso divertido observar callada.
Pese a esto, deseo que sea por no mucho tiempo, pues
ajustarme a horarios nunca han sido buen resulta para mí.
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