Miré la foto de mi padre, el recuerdo de
mi hermano, del primo, de los amigos que ya no están. Después, los
acontecimientos antiguos agolpados unos detrás de otros, sin orden, como una agitada
tormenta se precipitaron ante mí. De pronto me di cuenta que ya no me quedaban
lágrimas.
No tengo me dije pensativa. Las últimas las gasté hace ya tiempo y
ahora sólo contemplo con ojos distantes, pero no, no son fríos.
Ya no me quedan lágrimas.