Hacía mucho tiempo que no miraba
cariñosamente a Madrid… ya tocaba.
Mis ojos volvieron a brillar como una
jovencita adolescente, con esa chispa que tan solo los que se estremecen por
pequeñas cosas saben de qué hablo. Los minutos fueron intensos como regalos
envueltos en papel bonito, de muchos colores. En seguida supe que todo me iba a
gustar, como siempre pasa. Un poquito de todo en la gran ciudad. Era la
escapada perfecta para dejar atrás la angustia diaria, las obligaciones y sí,
también la novela.
Entre sus amplias calles, sus
elegantes fachadas puedes contemplar una escena peculiar, alguien toma un
vermut en una terraza de cafetería decorada con buen gusto y a unos pasos en un
portal, duerme una persona envuelta en mantas, un desahuciado de la vida. Es
cierto, siempre habrá pobres, y ricos, desde los comienzos.
Pero Madrid siempre me acoge con
encanto y yo… encantada.