Escritura especular.
Qué delicia descubrir aquella tarde de invierno cuando la lluvia
tejía la ventana con plateadas gotas y el frío asomaba por la rendija. Yo
pensaba que iba a caer los minutos, como siempre ocurría los domingos, con mis
ojos de mirada pesada, desanimada. Tenía la esperanza que fuera así, rápido,
con el ocaso de inmediato y cerrar mis párpados para abandonarme en el sueño
balsámico. Olvidando por fin el solitario día, ese que aplasta los sentidos.
Pero el recorte de prensa, que por casualidad asomaba desordenado junto a otros
tantos. Allí, en la caja bonita, donde guardaba siempre lo interesante, al
menos así lo creía por aquel entonces, pese que después, es probable que no
volviera a verlo. Y miré, por mirar, sin ningún interés, y leí de reojo. Leonardo
da Vinci. Un artículo con partes subrayadas de color rosa, tan llamativo que me
pudo la curiosidad. A parte de pintor poseía otra característica: escritura especular, leí. Así que descubrí que aquel polifacético genio y yo teníamos algo en común, de modo que me produjo una alegría un tanto moderada, pero lo suficiente para descuidarme del feote dominical.
La pintura y la escritura de derecha a izquierda.
La tarde cobró luz, a pesar que seguía descargando el temporal
afuera y yo enroscada en manta recobré una esperanza, pequeña pero suficiente
para confiar en mí de nuevo.
De aquello ya hace tiempo, pero hoy he mirado mi mano zurda y
me he sonreído, así, hacia mis adentros.