Hoy no he mirado al frente, mi cansancio se limita a posarse en nada, donde nadie me perturbe. Mientras, una mujer madura se sienta pausadamente delante de mí. Lo adivino por el ruido que hace, pese a que no la miro. Reparo con el rabillo del ojo en sus líneas de la mano, surcos en forma de tela de araña que delata el exceso de trabajo y sus maltratadas uñas complementa la imagen. Sus prominentes dedos intentan mostrarme su identidad, denota torpeza en asuntos de papeles y rebusca en un sobre deslucido. A ello se suma el nerviosismo de prisas innecesarias, quiere apresurarse para quien sabe qué motivo. Yo, espero paciente sin querer agobiarla, ella ya viene con esa carga desde casa. Cuando la miro mejor ya dejando atrás mis ausencias, observo como quiere agradarme con una sonrisa tímida y le ofrezco también una, pero amplia. Me despierta lástima. Pienso qué habrá sido de ella cuando joven, porque sus rasgos desvelan una belleza en otro tiempo. Quién le hizo feliz o infeliz. Me imagino su delicada persona, así la veo a pesar de su robusta presencia; Entregada a la familia, amplia, porque para eso fue educada, entrega sí o sí sin otro rumbo que el satisfacer a todos. Y por ello, pensando que merece un especial momento, hoy, la escucho y la atiendo como una reina.
Esas mujeres silenciosas que levantan reinos.
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