Vivir en un lugar sin recuerdos. Eso desee, y no es la
primera vez, tras reparar en unas escaleras que me empujaron a la niñez. Lejanas
como las estrellas. Unos instantes del pasado me abordaron. Justo al girar la
calle dirección a casa. Mi madre, yo. Las volví a ver, peldaños grises como
aquellos días fríos. Apenas amanecía y estábamos allí, esperando el turno. Yo
no quería, las batas blancas siempre asustaban. Que pequeña era que no recuerdo
sino las enormes escaleras oscuras y la gente abrigada, desconocida. No sé por
qué, ahora la pena asoma, calmada, pero asoma. Melancólica. Y allí siguen, en
medio de dos edificios restaurados, modernos.
Sin embargo, ella sigue antigua, indiferente al paso del tiempo.
Vivir en un lugar sin recuerdos sería perfecto, pero entonces,
no podría escribir.
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