Recuperando la rutina de ir al
Parque la Granja para mover el esqueleto, contemplo que ha mejorado
considerablemente. Más bancos, aparatos deportivos, espacios para todos,
incluso una zona vallada para los perros y sus dueños, toda una acertada idea. Mientras
hago el ejercicio y voy de punta a punta, observo. Me acompaña la música y mis
pasos: parejitas embelesadas, niños incansables en los columpios, deportistas a
lo suyo que se cruzan alternado el sentido, padres con los bebes desbordando
felicidad, señoras con charlas apasionadas, apacibles jóvenes reunidos sobre el
césped, hombres mayores con energía asombrosa. Todo parece sugerir armonía y me
gusta. Pero en uno de esas idas y venidas veo el gentío que se reúnen en torno a
los perros, hasta parecen los caninos disfrutar despertando envidia. Pero hay
algo que no encaja en aquel paisaje casi completo. Y reparo mejor. Todos son
de raza, no hay ningún chucho cruzado.
Qué pena, me parecía tan
perfecto.
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