LOS ACAPARADORES DE CONVERSACIÓN
Fíjate que me gusta, pero cuando transcurre un poco me desintegro,
entonces me ausento. Miro a los ojos ya pensativa, dominada por mis paranoias
que aparecen de inmediato. Todo ocurre en un instante cuando abre la boca.
Entonces, me viene a la memoria recuerdos de niña, no sé por qué. También miro
la mosca que posa en el borde de la mesa y me pregunto si ha quedado algún
manjar sin limpiar, o es simplemente un insecto curioso. No tardo en girar
cuando escucho unos pasos apresurados, casi me asustan, pero no llegó a
ocurrir, porque pude ver al camarero que llevaba prisa, supongo que el motivo
era que se llenó el local. Recupero la compostura y me centro en sus labios que
se mueven con ritmo acompasado junto a sus palabras. Gesticula mucho y las
manos le acompañan hasta el punto que podría prescindir del sonido. Creo que
tendría facilidad para estudiar ese fascinante lenguaje de signos. Una cosa
pendiente, todo sea dicho. Me cubro un poco con la chaqueta, el aire
acondicionado está muy alto, creo y lo afirmo, no hay más que ver al resto del
personal que también han hecho uso de alguna prenda para apaliar el frescor
artificial. Ahora se calla, ha dejado de contar, de vomitar palabras una tras otra sin querer regalarme una pausa, ni siquiera para un sí de conformidad.
Todo ha sido suyo hasta las manillas del reloj digital que también acaparó (eso
era por ver si estabas atento a la lectura).
Fue entonces cuando pensé decir
“deja de contar milongas y déjame el espacio para alguna mía”
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