Son segundos los que quedan
porque me toca morir. Dejo atrás todo. En mi mente pasa rápido todo el
universo. Yo, pequeña hormiga, deambulo por la oscura selva. Entonces, me
despido nerviosa sin tiempo aparente para solo decir "te quiero" pero
quiero más y el tiempo apremia. Mis palabras se atropellan y no dicen nada,
porque un cúmulo de sentimientos se agolpan queriendo salir. Y cuando creo
dejar el vivo mundo, son mis ojos los que perciben la luz tenue, la justa para
ver la silueta de la vida. Es entonces cuando me doy cuenta que la
pesadilla había vuelto una vez más a visitar mi descanso.
miércoles, 31 de agosto de 2016
sábado, 27 de agosto de 2016
LOS ACAPARADORES DE CONVERSACIÓN
Fíjate que me gusta, pero cuando transcurre un poco me desintegro,
entonces me ausento. Miro a los ojos ya pensativa, dominada por mis paranoias
que aparecen de inmediato. Todo ocurre en un instante cuando abre la boca.
Entonces, me viene a la memoria recuerdos de niña, no sé por qué. También miro
la mosca que posa en el borde de la mesa y me pregunto si ha quedado algún
manjar sin limpiar, o es simplemente un insecto curioso. No tardo en girar
cuando escucho unos pasos apresurados, casi me asustan, pero no llegó a
ocurrir, porque pude ver al camarero que llevaba prisa, supongo que el motivo
era que se llenó el local. Recupero la compostura y me centro en sus labios que
se mueven con ritmo acompasado junto a sus palabras. Gesticula mucho y las
manos le acompañan hasta el punto que podría prescindir del sonido. Creo que
tendría facilidad para estudiar ese fascinante lenguaje de signos. Una cosa
pendiente, todo sea dicho. Me cubro un poco con la chaqueta, el aire
acondicionado está muy alto, creo y lo afirmo, no hay más que ver al resto del
personal que también han hecho uso de alguna prenda para apaliar el frescor
artificial. Ahora se calla, ha dejado de contar, de vomitar palabras una tras otra sin querer regalarme una pausa, ni siquiera para un sí de conformidad.
Todo ha sido suyo hasta las manillas del reloj digital que también acaparó (eso
era por ver si estabas atento a la lectura).
Fue entonces cuando pensé decir
“deja de contar milongas y déjame el espacio para alguna mía”
lunes, 22 de agosto de 2016
miércoles, 17 de agosto de 2016
Aunque me apee al borde del
camino solo es para ver el paisaje, no creas amigo que me he rendido; Cuando
veas que mis pasos van lentos, es porque quiero escuchar los tuyos, tu ritmo me
invita a proseguir; Si ves que me retraso, no creas que me he perdido, solo
quiero saber si estás atento, por mimos, ya sabes; Si alguna vez flaqueo en
conseguir la cima, no te preocupes por ello, ya sé como recuperarme y, sobre
todo, la cumbre no es la meta.
El tiempo me respalda, la
experiencia me protege y tu compañía me refuerza. Pues lo andado queda atrás,
ya no recuerdo aquellas huellas. Las únicas, las vigorosas.
lunes, 15 de agosto de 2016
Recuperando la rutina de ir al
Parque la Granja para mover el esqueleto, contemplo que ha mejorado
considerablemente. Más bancos, aparatos deportivos, espacios para todos,
incluso una zona vallada para los perros y sus dueños, toda una acertada idea. Mientras
hago el ejercicio y voy de punta a punta, observo. Me acompaña la música y mis
pasos: parejitas embelesadas, niños incansables en los columpios, deportistas a
lo suyo que se cruzan alternado el sentido, padres con los bebes desbordando
felicidad, señoras con charlas apasionadas, apacibles jóvenes reunidos sobre el
césped, hombres mayores con energía asombrosa. Todo parece sugerir armonía y me
gusta. Pero en uno de esas idas y venidas veo el gentío que se reúnen en torno a
los perros, hasta parecen los caninos disfrutar despertando envidia. Pero hay
algo que no encaja en aquel paisaje casi completo. Y reparo mejor. Todos son
de raza, no hay ningún chucho cruzado.
Qué pena, me parecía tan
perfecto.
domingo, 7 de agosto de 2016
Las plantas hablan, lo sé desde hace mucho. Yo solo me limitaba a colocarla con mucho cuidado en la mesita noche. Mientras, ella dormía. Así, la
flor se encargaba del resto; Le daba los buenos días; También se encargaba de colmarla de besos y lo que era más importante si cabe, decirle que la quería. Y sí, el
hibisco blanco le hablaba.
jueves, 4 de agosto de 2016
Vivir en un lugar sin recuerdos. Eso desee, y no es la
primera vez, tras reparar en unas escaleras que me empujaron a la niñez. Lejanas
como las estrellas. Unos instantes del pasado me abordaron. Justo al girar la
calle dirección a casa. Mi madre, yo. Las volví a ver, peldaños grises como
aquellos días fríos. Apenas amanecía y estábamos allí, esperando el turno. Yo
no quería, las batas blancas siempre asustaban. Que pequeña era que no recuerdo
sino las enormes escaleras oscuras y la gente abrigada, desconocida. No sé por
qué, ahora la pena asoma, calmada, pero asoma. Melancólica. Y allí siguen, en
medio de dos edificios restaurados, modernos.
Sin embargo, ella sigue antigua, indiferente al paso del tiempo.
Vivir en un lugar sin recuerdos sería perfecto, pero entonces,
no podría escribir.
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