Mis pasos son lentos. Lo sé. Pero me acompañan los sueños, los creados con cimientos de intenciones. Si bien, el desaliento (la mueca) apareciera con el propósito de frenar mi ritmo, lo ignoraré y continuaré. Así pues, pese a no saber donde está la meta, miraré hacia el horizonte para proseguir mi rumbo: la vida.

jueves, 15 de septiembre de 2016


Tan desconocido y lejano me parecía ese llamado Camino de Santiago, sobre todo porque yo soy montañera, oiga. Tan ajeno a mí que nunca antes lo había ni siquiera puesto en mi lista de posibles, era quizás, de los inimaginables. Tan desconocido el camino como yo y mi equivocada opinión de él. Mis modestos desafíos, si se puede llamar así a mi quería montaña y sus pasos y veredas, sus inclinadas subidas y sus vastos paisajes con el esfuerzo de una deportista amante del desnivel. Como se me iba a ocurrir ir al llano ese, sí, ese camino que lleva consigo el nombre de un apóstol. Más aún, yo poco católica y menos religiosa que un desierto de dunas o malpaís, ya saben, nada de nada. Pero siempre hay un ¿por qué no? o también, ¡qué más da!
Y anda que es mi segunda visita al dichoso camino. El llano que no solo van viejos, señores. No. Ni religiosos, ni antiguos. Sorpresa grata que el camino es tan versátil, tan variopinto, tan de todos que me acogió como amiga pese a mi incredulidad. Allí descubrí el reto personal, que nada tiene que ver con cómo lo hagas, ni qué calzado deportivo lleves, ni si la mochila es o no es, ni si vas a un hotel o a un albergue. 
El camino es de todos y nadie es mejor que nadie, allí cada cual lleva consigo su propia historia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario