Mis pasos son lentos. Lo sé. Pero me acompañan los sueños, los creados con cimientos de intenciones. Si bien, el desaliento (la mueca) apareciera con el propósito de frenar mi ritmo, lo ignoraré y continuaré. Así pues, pese a no saber donde está la meta, miraré hacia el horizonte para proseguir mi rumbo: la vida.

lunes, 29 de abril de 2024

No hay palabras para describir la alegría y satisfacción que me produjo una chica conversando en la Feria del Libro. Estaba yo con mi novela  “El camino de Miguelina” firmando, como se dice. Lo curioso resultó ser que ella era lectora del libro. Por supuesto, me colmó de  dicha cuando me ofreció halagos de ella. Le gustó y añadió al final que estaba bien escrita.

 ¡Guay!

Yo, una escritora novel, sin más ánimos que los propios. Sin ninguna pretensión sino que la lean, se entretengan, se olviden del mundo mientras Miguelina muestra el suyo, de su mano, a través de su mirada. Pues he de reconocer que me agradó, hacía tiempo que no me exponía como escritora ante las personas y reconforta.

Añadir a mi paranoia, que si hubo alguna vez, que los hubo y unos cuantos momentos, podía pensar que no tenía interés mi novela. No ha hecho falta más reconocimiento que las palabras sinceras de la joven para borrar esa idea.

Siempre hay un roto para un descosido.

Agradecer a los pocos lectores que en algún momento desde que salió “El camino de Miguelina” me han hecho llegar su opinión.

Estoy contenta, no necesito más.


viernes, 26 de abril de 2024

Foto: Miriam Hernández Pérez             
Cuando pequeña, en casa no teníamos animales de compañía como podría ser un gato o un perro. Eso no suponía ninguna frustración, puesto que mis padres nos ofrecieron otra fauna bien variadita y enriquecedora. Como por ejemplo gorriones, mirlos, canarios, conejos, tortugas, pollitos, fuleles y hasta un escorpión. Recuerdo con cariño, esa vez que uno de los pollitos sobrevivió y creció y se convirtió en un adolescente pollo. Fue mimado hasta el punto que cuando yo regresaba del colegio, mi madre me lo preparaba envuelto en trapos viejos pero limpios para que lo acunara en mis brazos, mi juguete de aquel entonces. Después, unos años más tarde me enteré que se convirtió en una sopa rica y no como me lo había contado mí madre; libre en el campo.

La inocente vida.

Todo esto me lleva hablando de seres vivos.

      -- ¿Qué animal te gustaría ser? – le pregunta un amigo curioso.

     -- ¿Yo? – Respondo, con sorpresa.

     --  Sí, tú.

     --  Pues deja que piense hay una pausa y digo un mirlo.

    -- ¿Y eso? preguntó extrañado un mirlo no tiene nada interesante. Parecen ratas sentenció con gesto de desagrado.

   -- No estoy de acuerdo. Son dinámicos. Vuelan y también corren. Parecen que están siempre alegres. Tienen un triar gracioso. Además, son negros y eso me gusta aún más.

     -- Bueno, si lo miras así, casi me convences. Pero respetaré tus gustos.

      -- Gracias.