Mis pasos son lentos. Lo sé. Pero me acompañan los sueños, los creados con cimientos de intenciones. Si bien, el desaliento (la mueca) apareciera con el propósito de frenar mi ritmo, lo ignoraré y continuaré. Así pues, pese a no saber donde está la meta, miraré hacia el horizonte para proseguir mi rumbo: la vida.

sábado, 6 de julio de 2019


                                       DE PEQUEÑA, YA MI MIRADA VOLABA SIN RUMBO.
   Lo recordaba no hace mucho con mi madre. Cuando le explicaba con orgullo que pronto iba a presentarse un nuevo libro de relatos, con varios escritores, y que yo participaba también. En una pausa reflexioné un diminuto segundo. Teniendo en cuenta que está lejos de contener palabras cultas y licenciadas. Sin embargo, recordé en otro segundo aquel amigo que le gustaba mi escritura sencilla y directa, sin florituras, así lo apuntó, otra señaló, eran mis textos livianos como dientes de león.  Eso, acabó por convencerme, despertar cierta aceptación sin ser mediocre, me conformaba la idea para continuar. Pero no era eso lo que iba a comentar. Me había quedado con mis ojos y mi forma de mirar las cosas de niña. Nos reímos, sí, mi madre y yo, seguimos ahí, en el rencuentro del pasado rememorando mis despistes ante la tabla de multiplicar con mi padre sentado y yo de pie a su costado, apenas le sobrepasaba el hombro, repasábamos la tabla del cinco, con lo fácil que era esa. Mi padre insistía.
     −Cinco por cinco, Yaya.
     Definitivamente él y su inmensa paciencia se rendía ante mí, porque lo que me atraía no era los números sino mirar aquella mosquita que buscada un lugar donde posarse. Donde tendrá esta niña la cabeza, le replicaba mi madre. Y las dos, ahora en Bajamar nos reímos por semejante tontería.
       Cuando mi madre sonríe, se para el tiempo.

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