Me llegaba el fresco de la mañana
en la cara como la caricia necesaria para comenzar el lunes. El exuberante parque con sus árboles que se balanceaban al ritmo del aire, sin violencia, como danza
amable. Con una lentitud de poco ánimo avanzaba en dirección al trabajo. Las ganas,
me volverían una vez que saboreara el café abrazado por la leche condensada. No
me quedaba mucho, a penas diez metros cuando se manifestó un pensamiento
repentino.
Ya se por qué me levanto de las
dificultades, por qué remoto la fuerza necesaria para superarlas, para no caer,
ni dejar que me desarmen. Ni escudo, ni lanza ni espada, tan solo busco en los
rincones de mi espacio las pequeñas cosas bonitas que siempre aparecen ante mí,
tarde o temprano. Una pequeña sorpresa, un día soleado o un pequeño proyecto
que puede crecer. Lo sujeto con firmeza, pero con delicadeza también, no sea
que se quiebre y se convierta en mil pedazos.
Casi en la puerta, sonrío.
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