Un simple y viejo pañuelo
me llevó con velocidad casi irrefrenable a la infancia nada deseada. Estaba en
la puerta de mi casa, mi hermana mayor a mí lado. El bolso rojo, el color
asigno, lazo rojo, muñeco rojo, tenía que ser rojo, el azul a mi hermana. Mi mano
sostenía el pequeño pañuelo perfectamente planchado con un círculo en el
centro, el rastro de colonia que como un ritual mi madre vertía unas gotas del
frasco.
Así, tan repeinadas y
perfumadas íbamos al cine del barrio. Refresco y regaliz. Sueños de niña sin
nada. Desconsolada por todo, sin protestar por nada.
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