Lo miré fijamente por ver
si sus ojos se tornaban azules, o verdes como su piel. Por si aparecía una
amplia sonrisa de esmaltados dientes. Sin pestañear deje mi bolso en el suelo
con cuidado para no alarmarle y seguí mirando por si en algún momento
ocurriera. Tomé asiento cerca del borde sin mover el agua, no quería asustarlo
y con los pies cruzados esperé un rato con la respiración controlada, por si mi
aliento perturbara su placentero reposo. Aguardé un poco más sin querer
desesperar y le observé con más detenimiento por si aparecía el cabello negro o
dorado, los amplios hombros, los musculosos brazos o la piernas. Me miraba inmóvil.
Su verde aspecto, su cama verde y verdoso estanque no mostraron la intención de
cambio. Me alejé con el mismo ánimo que llegué, pero con la falda sucia y
las piernas adormiladas.
No recuerdo el cuento.
¿Tenía que darle un beso?
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