Lleva cinco años separada y había
conseguido el equilibrio de los espacios y de los silencios. A sus cuarenta y
nueve años nunca pensó que girasen vertiginosamente hacía un abismo tan
desconocido como imprevisible. Ella que siempre predecible, nada se le escapaba
de las manos porque todo estaba lazado, menos los pasos ajenos. Esos que
irrumpen desmembrándolo todo, con carmín y rímel, con tacones y balanceos.
Fueron cinco largos años de aprendizaje de perfecta mujer en un túnel opaco,
sin brillo. La solución vino después. La fantástica agenda de color amarillo
gritón que un amigo invisible regaló aquella nefasta navidad. Estaba llena de
mariposas y su aspecto era tan ridículo e infantil que lo primero que se le
pasó por la cabeza era regalarla a la primera niña que se le cruzara en el
camino. Pero no lo hizo, la dejó reposando un tiempo en una estantería de la
librería. Tampoco afeaba tanto aquel colorido alborotado, pensaba. Si bien el
sencillo obsequio olvidado, albergaría más adelante un poder inusitado.
Mientras, disfrutaba de los huecos de su día a día, esos senderos de soledades
impuesto por sorpresa que ahogaban en un principio, fueron llenándose con
aquella libretita absurda que marcaba las jornadas secas de alegría. Poco a
poco se transformaron en datos, en citas y avisos de diferentes tonalidades. La
lista de actividades tan cotidianas como ir al súper o visitar la librería para
comparar aquel libro recomendado que escuchó en la radio, una de tantas solitarias tardes. Incluso, las
citas del médico cobraban interés anotadas en aquellas hojas coloreadas. Después,
fue llenando los renglones de actos y pequeños compromisos y fue comprobando
que los días se cubrían de movimientos, aleteaban como aquellas mariposas a
nuevos mundos olvidados. Ya no era la lista de la compra o la cita del
ginecólogo lo que confortaba, era las siguientes agendas las que ocuparon las
páginas, albergando nada más y nada menos que la propia vida.
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