
El día que lo leí, estaba planteándome
más en serio eso de escribir; y la frase no me alentó mucho, si he de ser
sincera.
A mí, los gatos no me gustan.
Un nubarrón se formó súbitamente sobre
mi cabeza. Todo lo quería saber, para poder recuperar el tiempo perdido; llegar
con retraso al mundo literario tiene muchas desventajas y todo era poco para
poder desenvolverme mejor en ese mundo. Más tarde, comprendí que uno debe seguir
su propio camino; pero eso, es otra historia.
El gato: fue por un momento un
problema. Los buenos escritores se habían acompañado de un gatuno, me repetía ¿yo
podría…? Reflexioné sobre ello, incluso me planteé tener uno por si su
presencia, alagados por tantos, pudiera despertar la inspiración o la
creatividad ante la famosa hoja en blanco.
No, no lo tuve, ni lo tengo. No
quise hacerle ese feo al gato conviviendo conmigo, no sería justo para él. También
debo decir que no me he desanimado, todo lo contrario, sigo en la búsqueda de
historia dentro y fuera de mí, para dejarlas en el papel; sin gato.
Continuo. Soy una soñadora, una luchadora.
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