Mis pasos son lentos. Lo sé. Pero me acompañan los sueños, los creados con cimientos de intenciones. Si bien, el desaliento (la mueca) apareciera con el propósito de frenar mi ritmo, lo ignoraré y continuaré. Así pues, pese a no saber donde está la meta, miraré hacia el horizonte para proseguir mi rumbo: la vida.

sábado, 10 de diciembre de 2016

GOFIO Y LIMÓN.
Aunque no está en mi despensa el gofio, por alguna extraña razón me atrae en éstas épocas el desconsuelo de saborearlo, quizás sea el frío. Y desconsuelo; palabra que al final no es realmente magua, sino falta de consuelo, pero me gusta seguir usándola, por no querer perder la costumbre de darle una patada de vez en cuando al diccionario. Con conciencia, claro.
Y retomando el asunto del millo tostado y molidito. Me propuse degustarlo con el potaje de berros. Mientras removía con la templanza que se debe, apareció el viejito. Lo vi entre el verde y marrón rotando despacio. Mira que le gustaba el gofio, sí, en todas sus formas y el tazón me acercó a él tan  silencioso, tan cercano. Me supo. Al mismo tiempo y pasado unos días, haciendo un bizcochón, con un estilo personal poco profesional, aparece el limón ya usado, sin piel, desnudo. Me recordó a ella, a mi madre. Siempre había un limón aún más desvestido que el mío junto a las frutas. Los dos me recordaron aquellos años de mi niñez. Que chiquilla era para sentir ahora sus ausencias de padres protectores y que mayor estoy que lo recuerdo tan lejano.

Casi aparecieron juntos, el gofio y el limón, con pocos días de diferencia. Trajeron algo en común; Mis padres y un mismo sentimiento. (Dichosas fechas).

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